Estamos analizando la crisis que vivimos, dirigidos por la tecnocracia que nos ha metido en estos líos, haciéndonos creer que un país es desarrollado y feliz, en relación a su capacidad de producir bienes y servicios, al tiempo que también tiene capacidad de consumirlos. Toda la dinámica del mundo globalizado está dirigida en ese sentido. Esta percepción de la realidad está incrustada en nuestra cultura y se gira alrededor de ella, nadie escapa, ni el economista con sus doctorados, ni el humilde peón.
Cabe preguntarse dónde está el éxito de la revolución industrial y tecnológica de la civilización occidental. Al fin de cuentas, todo termina por convertirse en un desorden, como lo está demostrando la realidad: aumento de la delincuencia en todas sus formas, de la drogadicción, perdida de la tolerancia, destrucción del planeta, por citar algunas.
Pero si nos mantenemos en el paradigma actual, las justificaciones y los remedios serán más de lo mismo, servirán únicamente para prolongar un modelo que visualiza la vida del ser humano como una sobrevivencia confortable durante una época de su vida, la físicamente productiva en cuanto a bienes y servicios, para luego al declinar esa capacidad, ser marginado y automarginarse. Los seres humanos al igual que toda forma de vida, debe dar frutos, pero también más allá de esto, han de darlos a partir de su esencia espiritual, siendo la sabiduría y no precisamente la erudición, ni la posesión de bienes, ni las efímeras glorias el logro más precioso de la vida.
Los modelos socioeconómicos promueven la sobrevivencia biológica, con sus instintos y sentimientos que se satisfacen por medio de placeres continuados, siendo esta engañosa mecánica, la que empuja a la humanidad al consumismo.
La famosa inteligencia humana ha creado la debacle en el planeta, porque se vuelve estúpida, aún en una mente estudiada, cuando se retroalimenta de la pulsión instintiva de poder, de glorificación, de territorialidad y seguridad antes que establecer diálogo con la consciencia, que siempre impulsa al ser humano por medio de los auténticos ideales, más allá de lo transitorio e inmediato, hacia la luz, la belleza, el bien, la autonomía y al amor, éste como generador de valores.
Se dice que el fenómeno de masa crítica, que es la cantidad mínima necesaria de material para generar y sostener una reacción, también es aplicable al pensamiento y voluntad del ser humano en lo personal y social. Si un buen número de los que vivimos y queremos este país, visualizáramos un estado de cosas en forma idealista donde todos estemos bien económica, cultural y espiritualmente, se podría formar una fuerza positiva de masa crítica que generaría un cambio.
Este desorden, donde privan los antivalores disfrazados de valores, como es el caso del derecho a la libertad personal y de expresión, donde se protege toda clase de desmadre y vulgaridad, nos tiene atrapados en sentimientos y pensamientos negativos, conformando una masa crítica que sostiene y promueve dicha situación.
Aún las personas de bien, pueden estar contribuyendo al sostenimiento de una masa crítica negativa, si sólo se dedican a quejarse antes que visualizar positivamente un mejor estado de cosas en Costa Rica.
15 de octubre 2008
Dr. Jaime del Castillo R.
Tel: +506 8704-5858
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